El recorrido por la vida de esta mujer es cuanto más que curioso, por llamarlo de alguna manera suave. Mientras que en sus primeros años se comportó como una buena madre y esposa, salvo ocasiones en que era despiadada y cruel con sus sirvientes, aunque en aquella época la mayoría de los nobles eran así y nada habría trascendido sino se hubiera convertido en una de las mayores asesinas en serie de la historia. Sin embargo, fueron los años que siguieron al fallecimiento de su marido, el conde Nádasdy cuando su crueldad se acentuó. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué pasó a la historia? Buena pregunta, pues nada más y nada menos que por matar, torturar, secuestrar, mutilar y bañarse en la sangre de más de 600 jóvenes de sus tierras, todas vírgenes, todas puras, porque según ella y sus brujas, era esa sangre la que la rejuvenecía y le daba la vida eterna. ¿Por qué esa obsesión por la belleza? Supongo que eso es algo que solo entiende una mente trastornada, pero a mí me sirvió para relacionarla con mi protagonista, con mi vampiro especial. ¿Cómo? Pues haciendo que ella estuviera enamorada de él y que buscara ser como él, inmortal, eternamente joven y dependiente de la sangre. No voy a revelar más, si queréis averiguarlo debéis leer la novela y conocer a la condesa de mi mano.
Para la información sobre Erzsebeth Bathory (a parte de novelas y manuales) me encantó una entrada en un blog que encontré por internet y que hacía un recorrido por su vida de forma magistral, os dejo el enlace por si queréis ampliar conocimiento, ya aviso de que puede ser un poco fuerte, está dividido en unas 10 partes, solo debéis navegar hasta la primera y empezar su apasionante lectura. Ahí encontrareis no solo lo relativo a ella, sino a parte de su familia, dando una explicación a la posible locura que afectaba a los Bathory:
(Blog "Dinastías históricas" de Elena F.)
El castillo de Cathice, en la actual Eslovaquia era su fortaleza, una de las muchas de las que disponía, pero era en ella en dónde perpetró y ejecutó la mayoría de sus crímenes. Los rumores por sus pueblos se fueron extendiendo, las chicas jóvenes a su servicio desapareciendo, su carruaje negro buscando nuevas víctimas recorría sus tierras y todos le tenían miedo, nadie se atrevía contra la condesa. Cuando empezó a matar a chicas nobles que acogía, la corte se le echó encima y la arrestaron. Su condena: la encerraron en su habitación, tapiada por completo, emparedada, sin apenas luz, sin casi comida o abrigo, a esperar la muerte en soledad.
MUERTE DE ERZSEBETH, ilustración de Santiago Caruso
Enlace de compra en Amazon
Os dejo un fragmento de mi novela.
Espero que os guste. Un saludo...
ECN.
CAPÍTULO
16
Cachtice.
1608.
»Erzsébet
estaba frente al espejo de cuerpo entero que mandó colocar en sus aposentos
observando su blanca y tersa piel, no aparentaba tener la edad que tenía, a sus
más de cuarenta años, estaba más bella que nunca. Hacía varios años que
gobernaba sola las propiedades de los Nádasdy. Sus hijas ya estaban casadas y
su hijo vivía con sus tutores en otro de los castillos, Pál tenía el futuro asegurado
como heredero de su padre. Durante todo ese tiempo, Erzsébeth descubrió la
verdadera fuerza de la magia roja, Darvulia, su mentora en lo referente a la
sangre, la guiaba.
El cubo en el que guardaba la sangre que
acababa de restregarse en el cuerpo, se ocultaba en un anexo secreto que había
mandado construir en su habitación y en el techo aún colgaba el cuerpo sin vida
de la joven que había vertido su sangre sobre ella, no se acordaba de su
nombre, ni del cargo que tenía en el castillo, una criada más o menos, solo
sabía que, hacía unas semanas Ficzkó la había traído en su carruaje junto a
muchas otras desde entonces prometiéndoles una vida mejor, muchachas que
esperaban en las mazmorras y en los laberínticos subterráneos del castillo su
turno para satisfacer a su condesa.
En esos momentos mientras contemplaba su
recobrada belleza frente a su espejo, ya no escuchaba sus gritos, sus fieles
sirvientes se encargaban de ellas y disfrutaban de las torturas tanto como su
ama, pero poco le importaba el cruento esperpento macabro en el que se había
convertido su vida, era necesario para sus planes, pronto conseguiría lo que
llevaba tanto años buscando, pronto sería inmortal, pronto podría estar con él
como una igual. Acarició su brazo, su piel cada vez estaba más tersa, ella más
joven, y algún día alcanzaría la eternidad a través de la sangre, la juventud
eterna. Un golpe en la puerta la devolvió a la realidad.
—Mi señora. —Ficzkó hizo una reverencia
ante su condesa.
Ella se colocó una bata de piel y lo
enfrentó.
—Dime.
—Vengo a recoger a la última chica, ¿qué
hago con sus cuerpos?
—Llévalos al cementerio.
—¿Y qué le digo al cura del pueblo? No
parece dispuesto a aceptar más.
—Iré contigo, prepara el carruaje.
Hacía un tiempo que a través de sus
amenazas y pagos velados había conseguido cerrar la boca del anciano cura de
Cachtice, el pastor András Berthoni, pero el hombre había tomado la costumbre
secreta de apuntar en un diario los casos de muertes extrañas del castillo como
en una especie de penitencia. El problema había surgido con la llegada del
nuevo ayudante del pastor: Janós Ponikenus desconfiaba de la condesa y había
leído la lista de Berthoni, además de que el camposanto del pueblo estaba lleno
por esas muertes y constantemente debían bendecir tierras cercanas para poder
enterrarlas, las sospechas eran cada vez mayores y debía ponerles fin.
Una hora después, el carruaje negro con
el escudo de los Báthory paraba delante de la iglesia, Erzsébet entró,
exigiendo ver al pastor. El anciano la recibió en la sacristía junto al joven
Ponikenus que la miraba con el ceño fruncido.
—Mi sirviente me ha informado de que hay
algún tipo de problema para enterrar a mis doncellas.
—Hay hechos que debemos aclarar, condesa
—le dijo Ponikenus sin ningún tipo de miedo.
—Usted dirá, he venido para eso.
—¿Cómo es posible que sean tantas
muertes?
—Yo no tengo la culpa de que algún tipo
de enfermedad ataque a las más débiles.
—No es que dude de su palabra, condesa
—insistió el joven—, pero me sorprende que solo sean mujeres jóvenes las que la
sufren.
—Viven y duermen juntas, es lo más
normal. —Erzsébet lo vio entrecerrar los ojos, el nuevo pastor era más difícil
de contentar—. De todas formas es su deber cristiano darles sepultura adecuada
y yo me ocupo de los gastos tanto de los entierros como de la iglesia con
abundantes limosnas, conozco la precaria situación de una parroquia de pueblo.
Seguiremos ayudándonos mutuamente, ¿no?
—Sí. —Esa vez fue Berthoni el que habló,
no quería que Ponikenus se pusiera más en peligro, él sabía cómo era la
condesa.
—Entonces de acuerdo, mi mayordomo se
encargará de todo. —Se dirigió hacia la salida, pero antes se volvió a mirar a
Ponikenus—. Le espero en la misa del domingo en el castillo.
El joven pastor asintió, su obligación
también pasaba por oficiar misas en la capilla de la fortaleza, sin embargo, no
iba a confiar en la condesa ni en su séquito. Siguió con la mirada a la mujer
que se marchaba triunfante, si fuera por él, le habría mostrado las cartas y
los diarios del padre András y le hubiera dicho a la cara que sabía que algo
macabro y diabólico pasaba en el castillo, pero ella era la dueña de todo lo
que pisaban y el anciano pastor le tenía miedo, por el momento debía ser
precavido.
—¿Y ahora qué? ¿Seguimos sin hacer nada?
—Janós, no debiste leer mis diarios.
—Padre András, esa mujer es una asesina.
—Nadie ha sido testigo de nada, ¿qué más
podemos hacer?
—¿Debemos callar porque pague los gastos
de la iglesia? ¿Debemos callar por miedo?
—Debemos callar para seguir con vida,
alguien deberá dar testimonio.
—No sería capaz de matar al pastor, ¿qué
diría el pueblo?
—El pueblo está mudo desde hace años, la
condesa es capaz de todo. Sigue con tus obligaciones lo mejor que puedas.
—El mal habita estas tierras y no
hacemos nada.
El anciano pastor asintió con un suspiro
de resignación, ¿qué más podían hacer? Ella era una noble y solo los de su
rango podían atacarla, dos pastores no podían ser sus rivales.
Ponikenus, abandonó su idea de denunciar
los hechos unos días después cuando recibió un regalo de la condesa en forma de
pasteles, mientras veía agonizar a su perro envenenado por esos dulces que él
inteligentemente decidió no comer; se dio cuenta de que la condesa era capaz de
todo y rezó para que se diera la ocasión de poder vengarse. El joven pastor
mantuvo su rutina lo mejor que pudo, aunque se opuso a subir a la fortaleza a
oficiar misa y a enterrar ciertos cadáveres con signos claros de tortura, se
mantuvo al margen e intentó pasar desapercibido ante los espías que Erzsébet le
había colocado alrededor. Desde entonces siempre pedía en sus oraciones para
que llegara el castigo divino.
]]]
Cacthice
siempre había sido un oasis en medio de las guerras, como un remanso de aguas
cristalinas en el que Velkan disfrutaba de la vida. Llevaba un par de semanas
allí y estar con Erzsébet era tranquilizador, el pequeño Pál pasaba la mayor
parte del tiempo a cargo de su tutor, Megyery, en otras de sus propiedades y
eso les permitía tener tiempo para ellos, a pesar de continuamente lidiar con
las miradas de reojo de los ayudantes
de Erzsébet y con las extremas muestras de afecto de los demás sirvientes por
su presencia allí. Esa mañana durmió hasta tarde y cuando bajó al gran salón,
la comida y un buen fuego ya caldeaban la estancia, mientras la condesa cosía
un par de camisas de su hijo.
—Buenos días, querido.
—¿Qué hora es?
—Cerca de mediodía.
—No recuerdo la última vez que dormí
tanto.
Los dos rieron y Velkan se acercó a ver
su labor. Ella estaba radiante, una larga trenza recogía su largo cabello y los
rayos leves del sol le daban un halo de inocencia que no concordaban con los
rumores. Ella ya tenía más de cuarenta años y seguía pareciendo la jovencita de
hacía años, al parecer las pócimas y ungüentos que poseía y que tanto la
obsesionaban funcionaban a la perfección, él había visto cómo se los ponía por
la noche y cómo pintaba su pelo, rituales
de belleza así los llamaba ella.
Después de darle un suave beso en la
mejilla se sentó a la mesa para desayunar cuando un desgarrador grito de
auxilio se elevó del patio de atrás y como un resorte Velkan se levantó de la
silla en la que comía.
—¿Dónde vas?
—¿No lo has oído? —Velkan se extrañó de
que Erzsébet estuviera tan tranquila.
—Por supuesto, será una de las criadas.
—¿Y?
—Habrá hecho algo mal y Dorkó la estará
castigando. Me evita muchos conflictos tenerla aquí. —Velkan no terminó de
escucharla y salió del salón rumbo al patio—. Pál, vuelve aquí, deja los
asuntos del servicio.
Velkan, sin atenderla, salió al exterior
dispuesto a enfrentar a Dorkó, esa mujer no era santo de su devoción y aunque
en otra situación no le hubiera importado un castigo a un sirviente, aprovechó
la ocasión para poner a Dorkó en su lugar. Pero lo que vio superó las
expectativas de lo que un escarmiento significaba: la doncella de Erzsébeth
tenía atada a un árbol a una joven y con una gruesa soga la golpeaba con fuerza
en el pecho desnudo ya enrojecido mientras ella mantenía una mueca de desprecio
y orgullo por lo que hacía, disfrutaba haciéndole daño a la chica. Sin embargo,
su gesto cambió cuando el siguiente golpe que se disponía a dar con todas sus
fuerzas no llegó a su destino, ya que Velkan la sujetó del brazo. La alta y
robusta mujer se giró encolerizada para enfrentar a quien la había detenido y
frunció el ceño al verlo.
—Suficiente —le gritó Velkan
arrancándole la cuerda de las manos y empujándola hacia atrás—, no hay más
castigo, desátala.
Dorkó bajó la vista al suelo sin
hablarle, hacia un pequeño fuego que tenía a sus pies y cuando lo vio alejarse
dos pasos cogió un atizador al rojo vivo que tenía en la hoguera y lo presionó
contra la palma de la mano de la joven sirvienta que aún estaba atada, lo que
hizo que volviera a gritar de dolor. Velkan no podía creer que la mujer hubiera
obviado una orden suya y regresando al lugar la agarró fuerte del hombro y
presionó con fuerza haciéndola inclinarse por el dolor, le quitó el atizador y
lo acercó a la piel del cuello de Dorkó, quemándola y provocando que ella
apretara los dientes en un imperceptible gemido. Pero Velkan no terminó ahí,
después de soltarla, le lanzó un golpe en la cara con el mismo hierro que hizo
que se tambaleara y cayera al suelo. Él había necesitado un buen grado de
fuerza para tumbar a la robusta mujer, muy pocos hombres lo habrían conseguido,
sin embargo, allí, mientras ella le devolvía una mirada de odio y humillación
desde el suelo, él se mantuvo con la cabeza bien alta, rentándola a que lo
enfrentara de nuevo. Dorkó se dio cuenta de que llevaba las de perder porque
ante todo ese hombre al que detestaba era su señor y por el momento debía
ceder, se restregó las heridas que el hierro había dejado en su cuello y su
mejilla y regresó al interior de la fortaleza.
Velkan se acercó a la joven sirvienta y
la desató del árbol, sujetándola para que no cayera y la condujo hasta su habitación
privada, la sentó sobre la cama y le limpió la quemadura de la mano con unos
aceites para después vendársela, dándole también unos ungüentos para
extenderlos sobre los latigazos. La joven lo miró agradecida, pero pronto su
expresión varió cuando vio a su señora en la puerta con los brazos en jarra.
Erzsébet no podía creer que Velkan hubiera llevado allí a la muchacha, ella ni
siquiera sabía su nombre y por supuesto no tenía ningún derecho a un trato
especial. Estaba realmente molesta.
—No puedes hacer esto —le dijo Erzsébet
enfadada señalando a la muchacha sentada en el lecho—, Dorkó tiene mi permiso
para imponer orden.
—Una cosa es orden y otra crueldad —le
reprochó él.
—Sus métodos no son cosa mía, lo único
que sé es que funcionan y yo evito estar pendiente de todo. No puedes cambiar
el ritmo del castillo cada vez que vienes.
Velkan la miró con intensidad, ella
nunca se había opuesto a que actuara como mejor considerase, era el enfado el
que hablaba, pero él no iba a ceder.
—Mientras yo esté aquí no voy a permitir
que tu doncella me desafíe o castigue sin piedad a una niña.
—No es una niña inocente. —Dorkó entró
por la puerta en ese preciso instante, dispuesta a defenderse delante de su
señora—. Es una ladrona.
—Eso es mentira. —La joven sirvienta
sacó fuerzas para contestar, Velkan le daba protección—. No he robado nada.
—¿Niegas que estabas robando unos
dulces? —le dijo Dorkó dando un paso hacia ella y viendo cómo Velkan se ponía
delante.
—Solo los cambiaba de sitio, lo juro.
—Bueno, basta ya —dijo Erzsébet harta
del conflicto—, Dorkó, la muchacha se ha disculpado y ha sido un malentendido,
déjalo pasar.
—Pero… —Dorkó no quería aceptarlo.
—He dicho que no quiero oír nada más del
asunto, retírate.
Erzsébeth le lanzó una mirada de ira
contenida y ella entendió que no era el momento para discutir. Se marchó
haciendo una reverencia porque sabía que mientras Velkan estuviera allí la
forma de hacer las cosas era distinta y ella fue la que cometió el error de
pasarlo por alto. Cuando Dorkó abandonó la alcoba, Erzsébeth enfrentó de nuevo
a Velkan.
—¿Y bien? ¿Piensas dejarla aquí?
—preguntó enfadada.
—Solo unas horas para que descanse. La
estaba moliendo a palos —contestó él mientras veía cómo Erzsébet resoplaba y se
marchaba de la habitación.
—Gracias —le dijo la muchacha—, creí que
me mataba allí mismo.
—Hay gente demasiado cruel —dijo Velkan
meneando la cabeza.
—Entre los criados se habla de usted —le
explicó ella al tiempo que él le ofrecía una piel para taparse.
—¿De mí?
—Sí, todos lo quieren, dicen que cuando
usted está aquí las cosas cambian.
—¿Qué cosas?
—Los castigos, los gritos…
—¿Qué estás intentando decirme?
—Se habla del demonio del castillo, del
diablo del bosque, pero nadie sabe realmente lo que pasa, quien lo ve ya no
regresa.
—Quizás solo sean leyendas. —La
tranquilizó Velkan viéndola elevar los hombros en gesto de duda—. Eres muy
joven para tener miedo.
—Lo sé, pero…
No dijo más o no
quiso decir más, al fin y al cabo él era un señor y ella una simple cocinera.[...]
No hay comentarios:
Publicar un comentario