sábado, 18 de marzo de 2017

LA CONDESA SANGRIENTA: ERZSÉBETH BÁTHORY


La entrada de hoy hace referencia a otro de los personajes históricos que deambulan por las páginas de mi novela VÍNCULO DE SANGRE: LEGADO. La condesa a parece en la vida de mi protagonista como miembro de las sucesivas ramas que la familia Basarab tuvo. Por supuesto las licencias literarias son muchas, pero sí que es sabido que hubo una línea familiar entre Vlad Draculia III y los Bathory aunque con siglos de diferencia entre ambos personajes históricos. Pero es lo hermoso de la literatura, yo he podido unirlos de alguna manera a través de la historia de Velkan Basarab, el protagonista de la novela.
El recorrido por la vida de esta mujer es cuanto más que curioso, por llamarlo de alguna manera suave. Mientras que en sus primeros años se comportó como una buena madre y esposa, salvo ocasiones en que era despiadada y cruel con sus sirvientes, aunque en aquella época la mayoría de los nobles eran así y nada habría trascendido sino se hubiera convertido en una de las mayores asesinas en serie de la historia. Sin embargo, fueron los años que siguieron al fallecimiento de su marido, el conde Nádasdy cuando su crueldad se acentuó. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué pasó a la historia? Buena pregunta, pues nada más y nada menos que por matar, torturar, secuestrar, mutilar y bañarse en la sangre de más de 600 jóvenes de sus tierras, todas vírgenes, todas puras, porque según ella y sus brujas, era esa sangre la que la rejuvenecía y le daba la vida eterna. ¿Por qué esa obsesión por la belleza? Supongo que eso es algo que solo entiende una mente trastornada, pero a mí me sirvió para relacionarla con mi protagonista, con mi vampiro especial. ¿Cómo? Pues haciendo que ella estuviera enamorada de él y que buscara ser como él, inmortal, eternamente joven y dependiente de la sangre. No voy a revelar más, si queréis averiguarlo debéis leer la novela y conocer a la condesa de mi mano.
Para la información sobre Erzsebeth Bathory (a parte de novelas y manuales) me encantó una entrada en un blog que encontré por internet y que hacía un recorrido por su vida de forma magistral, os dejo el enlace por si queréis ampliar conocimiento, ya aviso de que puede ser un poco fuerte, está dividido en unas 10 partes, solo debéis navegar hasta la primera y empezar su apasionante lectura. Ahí encontrareis no solo lo relativo a ella, sino a parte de su familia, dando una explicación a la posible locura que afectaba a los Bathory:
(Blog "Dinastías históricas" de Elena F.)
El castillo de Cathice, en la actual Eslovaquia era su fortaleza, una de las muchas de las que disponía, pero era en ella en dónde perpetró y ejecutó la mayoría de sus crímenes. Los rumores por sus pueblos se fueron extendiendo, las chicas jóvenes a su servicio desapareciendo, su carruaje negro buscando nuevas víctimas recorría sus tierras y todos le tenían miedo, nadie se atrevía contra la condesa. Cuando empezó a matar a chicas nobles que acogía, la corte se le echó encima y la arrestaron. Su condena: la encerraron en su habitación, tapiada por completo, emparedada, sin apenas luz, sin casi comida o abrigo, a esperar la muerte en soledad.

                                               

                                 MUERTE DE ERZSEBETH, ilustración de Santiago Caruso


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Os dejo un fragmento de mi novela.
Espero que os guste. Un saludo...
ECN.
CAPÍTULO 16
Cachtice. 1608.
»Erzsébet estaba frente al espejo de cuerpo entero que mandó colocar en sus aposentos observando su blanca y tersa piel, no aparentaba tener la edad que tenía, a sus más de cuarenta años, estaba más bella que nunca. Hacía varios años que gobernaba sola las propiedades de los Nádasdy. Sus hijas ya estaban casadas y su hijo vivía con sus tutores en otro de los castillos, Pál tenía el futuro asegurado como heredero de su padre. Durante todo ese tiempo, Erzsébeth descubrió la verdadera fuerza de la magia roja, Darvulia, su mentora en lo referente a la sangre, la guiaba.
El cubo en el que guardaba la sangre que acababa de restregarse en el cuerpo, se ocultaba en un anexo secreto que había mandado construir en su habitación y en el techo aún colgaba el cuerpo sin vida de la joven que había vertido su sangre sobre ella, no se acordaba de su nombre, ni del cargo que tenía en el castillo, una criada más o menos, solo sabía que, hacía unas semanas Ficzkó la había traído en su carruaje junto a muchas otras desde entonces prometiéndoles una vida mejor, muchachas que esperaban en las mazmorras y en los laberínticos subterráneos del castillo su turno para satisfacer a su condesa.
En esos momentos mientras contemplaba su recobrada belleza frente a su espejo, ya no escuchaba sus gritos, sus fieles sirvientes se encargaban de ellas y disfrutaban de las torturas tanto como su ama, pero poco le importaba el cruento esperpento macabro en el que se había convertido su vida, era necesario para sus planes, pronto conseguiría lo que llevaba tanto años buscando, pronto sería inmortal, pronto podría estar con él como una igual. Acarició su brazo, su piel cada vez estaba más tersa, ella más joven, y algún día alcanzaría la eternidad a través de la sangre, la juventud eterna. Un golpe en la puerta la devolvió a la realidad.
—Mi señora. —Ficzkó hizo una reverencia ante su condesa.
Ella se colocó una bata de piel y lo enfrentó.
—Dime.
—Vengo a recoger a la última chica, ¿qué hago con sus cuerpos?
—Llévalos al cementerio.
—¿Y qué le digo al cura del pueblo? No parece dispuesto a aceptar más.
—Iré contigo, prepara el carruaje.
Hacía un tiempo que a través de sus amenazas y pagos velados había conseguido cerrar la boca del anciano cura de Cachtice, el pastor András Berthoni, pero el hombre había tomado la costumbre secreta de apuntar en un diario los casos de muertes extrañas del castillo como en una especie de penitencia. El problema había surgido con la llegada del nuevo ayudante del pastor: Janós Ponikenus desconfiaba de la condesa y había leído la lista de Berthoni, además de que el camposanto del pueblo estaba lleno por esas muertes y constantemente debían bendecir tierras cercanas para poder enterrarlas, las sospechas eran cada vez mayores y debía ponerles fin.
Una hora después, el carruaje negro con el escudo de los Báthory paraba delante de la iglesia, Erzsébet entró, exigiendo ver al pastor. El anciano la recibió en la sacristía junto al joven Ponikenus que la miraba con el ceño fruncido.
—Mi sirviente me ha informado de que hay algún tipo de problema para enterrar a mis doncellas.
—Hay hechos que debemos aclarar, condesa —le dijo Ponikenus sin ningún tipo de miedo.
—Usted dirá, he venido para eso.
—¿Cómo es posible que sean tantas muertes?
—Yo no tengo la culpa de que algún tipo de enfermedad ataque a las más débiles.
—No es que dude de su palabra, condesa —insistió el joven—, pero me sorprende que solo sean mujeres jóvenes las que la sufren.
—Viven y duermen juntas, es lo más normal. —Erzsébet lo vio entrecerrar los ojos, el nuevo pastor era más difícil de contentar—. De todas formas es su deber cristiano darles sepultura adecuada y yo me ocupo de los gastos tanto de los entierros como de la iglesia con abundantes limosnas, conozco la precaria situación de una parroquia de pueblo. Seguiremos ayudándonos mutuamente, ¿no?
—Sí. —Esa vez fue Berthoni el que habló, no quería que Ponikenus se pusiera más en peligro, él sabía cómo era la condesa.
—Entonces de acuerdo, mi mayordomo se encargará de todo. —Se dirigió hacia la salida, pero antes se volvió a mirar a Ponikenus—. Le espero en la misa del domingo en el castillo.
El joven pastor asintió, su obligación también pasaba por oficiar misas en la capilla de la fortaleza, sin embargo, no iba a confiar en la condesa ni en su séquito. Siguió con la mirada a la mujer que se marchaba triunfante, si fuera por él, le habría mostrado las cartas y los diarios del padre András y le hubiera dicho a la cara que sabía que algo macabro y diabólico pasaba en el castillo, pero ella era la dueña de todo lo que pisaban y el anciano pastor le tenía miedo, por el momento debía ser precavido.
—¿Y ahora qué? ¿Seguimos sin hacer nada?
—Janós, no debiste leer mis diarios.
—Padre András, esa mujer es una asesina.
—Nadie ha sido testigo de nada, ¿qué más podemos hacer?
—¿Debemos callar porque pague los gastos de la iglesia? ¿Debemos callar por miedo?
—Debemos callar para seguir con vida, alguien deberá dar testimonio.
—No sería capaz de matar al pastor, ¿qué diría el pueblo?
—El pueblo está mudo desde hace años, la condesa es capaz de todo. Sigue con tus obligaciones lo mejor que puedas.
—El mal habita estas tierras y no hacemos nada.
El anciano pastor asintió con un suspiro de resignación, ¿qué más podían hacer? Ella era una noble y solo los de su rango podían atacarla, dos pastores no podían ser sus rivales.
Ponikenus, abandonó su idea de denunciar los hechos unos días después cuando recibió un regalo de la condesa en forma de pasteles, mientras veía agonizar a su perro envenenado por esos dulces que él inteligentemente decidió no comer; se dio cuenta de que la condesa era capaz de todo y rezó para que se diera la ocasión de poder vengarse. El joven pastor mantuvo su rutina lo mejor que pudo, aunque se opuso a subir a la fortaleza a oficiar misa y a enterrar ciertos cadáveres con signos claros de tortura, se mantuvo al margen e intentó pasar desapercibido ante los espías que Erzsébet le había colocado alrededor. Desde entonces siempre pedía en sus oraciones para que llegara el castigo divino.
]]]
Cacthice siempre había sido un oasis en medio de las guerras, como un remanso de aguas cristalinas en el que Velkan disfrutaba de la vida. Llevaba un par de semanas allí y estar con Erzsébet era tranquilizador, el pequeño Pál pasaba la mayor parte del tiempo a cargo de su tutor, Megyery, en otras de sus propiedades y eso les permitía tener tiempo para ellos, a pesar de continuamente lidiar con las miradas de reojo de los ayudantes de Erzsébet y con las extremas muestras de afecto de los demás sirvientes por su presencia allí. Esa mañana durmió hasta tarde y cuando bajó al gran salón, la comida y un buen fuego ya caldeaban la estancia, mientras la condesa cosía un par de camisas de su hijo.
—Buenos días, querido.
—¿Qué hora es?
—Cerca de mediodía.
—No recuerdo la última vez que dormí tanto.
Los dos rieron y Velkan se acercó a ver su labor. Ella estaba radiante, una larga trenza recogía su largo cabello y los rayos leves del sol le daban un halo de inocencia que no concordaban con los rumores. Ella ya tenía más de cuarenta años y seguía pareciendo la jovencita de hacía años, al parecer las pócimas y ungüentos que poseía y que tanto la obsesionaban funcionaban a la perfección, él había visto cómo se los ponía por la noche y cómo pintaba su pelo, rituales de belleza así los llamaba ella.
Después de darle un suave beso en la mejilla se sentó a la mesa para desayunar cuando un desgarrador grito de auxilio se elevó del patio de atrás y como un resorte Velkan se levantó de la silla en la que comía.
—¿Dónde vas?
—¿No lo has oído? —Velkan se extrañó de que Erzsébet estuviera tan tranquila.
—Por supuesto, será una de las criadas.
—¿Y?
—Habrá hecho algo mal y Dorkó la estará castigando. Me evita muchos conflictos tenerla aquí. —Velkan no terminó de escucharla y salió del salón rumbo al patio—. Pál, vuelve aquí, deja los asuntos del servicio.
Velkan, sin atenderla, salió al exterior dispuesto a enfrentar a Dorkó, esa mujer no era santo de su devoción y aunque en otra situación no le hubiera importado un castigo a un sirviente, aprovechó la ocasión para poner a Dorkó en su lugar. Pero lo que vio superó las expectativas de lo que un escarmiento significaba: la doncella de Erzsébeth tenía atada a un árbol a una joven y con una gruesa soga la golpeaba con fuerza en el pecho desnudo ya enrojecido mientras ella mantenía una mueca de desprecio y orgullo por lo que hacía, disfrutaba haciéndole daño a la chica. Sin embargo, su gesto cambió cuando el siguiente golpe que se disponía a dar con todas sus fuerzas no llegó a su destino, ya que Velkan la sujetó del brazo. La alta y robusta mujer se giró encolerizada para enfrentar a quien la había detenido y frunció el ceño al verlo.
—Suficiente —le gritó Velkan arrancándole la cuerda de las manos y empujándola hacia atrás—, no hay más castigo, desátala.
Dorkó bajó la vista al suelo sin hablarle, hacia un pequeño fuego que tenía a sus pies y cuando lo vio alejarse dos pasos cogió un atizador al rojo vivo que tenía en la hoguera y lo presionó contra la palma de la mano de la joven sirvienta que aún estaba atada, lo que hizo que volviera a gritar de dolor. Velkan no podía creer que la mujer hubiera obviado una orden suya y regresando al lugar la agarró fuerte del hombro y presionó con fuerza haciéndola inclinarse por el dolor, le quitó el atizador y lo acercó a la piel del cuello de Dorkó, quemándola y provocando que ella apretara los dientes en un imperceptible gemido. Pero Velkan no terminó ahí, después de soltarla, le lanzó un golpe en la cara con el mismo hierro que hizo que se tambaleara y cayera al suelo. Él había necesitado un buen grado de fuerza para tumbar a la robusta mujer, muy pocos hombres lo habrían conseguido, sin embargo, allí, mientras ella le devolvía una mirada de odio y humillación desde el suelo, él se mantuvo con la cabeza bien alta, rentándola a que lo enfrentara de nuevo. Dorkó se dio cuenta de que llevaba las de perder porque ante todo ese hombre al que detestaba era su señor y por el momento debía ceder, se restregó las heridas que el hierro había dejado en su cuello y su mejilla y regresó al interior de la fortaleza.
Velkan se acercó a la joven sirvienta y la desató del árbol, sujetándola para que no cayera y la condujo hasta su habitación privada, la sentó sobre la cama y le limpió la quemadura de la mano con unos aceites para después vendársela, dándole también unos ungüentos para extenderlos sobre los latigazos. La joven lo miró agradecida, pero pronto su expresión varió cuando vio a su señora en la puerta con los brazos en jarra. Erzsébet no podía creer que Velkan hubiera llevado allí a la muchacha, ella ni siquiera sabía su nombre y por supuesto no tenía ningún derecho a un trato especial. Estaba realmente molesta.
—No puedes hacer esto —le dijo Erzsébet enfadada señalando a la muchacha sentada en el lecho—, Dorkó tiene mi permiso para imponer orden.
—Una cosa es orden y otra crueldad —le reprochó él.
—Sus métodos no son cosa mía, lo único que sé es que funcionan y yo evito estar pendiente de todo. No puedes cambiar el ritmo del castillo cada vez que vienes.
Velkan la miró con intensidad, ella nunca se había opuesto a que actuara como mejor considerase, era el enfado el que hablaba, pero él no iba a ceder.
—Mientras yo esté aquí no voy a permitir que tu doncella me desafíe o castigue sin piedad a una niña.
—No es una niña inocente. —Dorkó entró por la puerta en ese preciso instante, dispuesta a defenderse delante de su señora—. Es una ladrona.
—Eso es mentira. —La joven sirvienta sacó fuerzas para contestar, Velkan le daba protección—. No he robado nada.
—¿Niegas que estabas robando unos dulces? —le dijo Dorkó dando un paso hacia ella y viendo cómo Velkan se ponía delante.
—Solo los cambiaba de sitio, lo juro.
—Bueno, basta ya —dijo Erzsébet harta del conflicto—, Dorkó, la muchacha se ha disculpado y ha sido un malentendido, déjalo pasar.
—Pero… —Dorkó no quería aceptarlo.
—He dicho que no quiero oír nada más del asunto, retírate.
Erzsébeth le lanzó una mirada de ira contenida y ella entendió que no era el momento para discutir. Se marchó haciendo una reverencia porque sabía que mientras Velkan estuviera allí la forma de hacer las cosas era distinta y ella fue la que cometió el error de pasarlo por alto. Cuando Dorkó abandonó la alcoba, Erzsébeth enfrentó de nuevo a Velkan.
—¿Y bien? ¿Piensas dejarla aquí? —preguntó enfadada.
—Solo unas horas para que descanse. La estaba moliendo a palos —contestó él mientras veía cómo Erzsébet resoplaba y se marchaba de la habitación.
—Gracias —le dijo la muchacha—, creí que me mataba allí mismo.
—Hay gente demasiado cruel —dijo Velkan meneando la cabeza.
—Entre los criados se habla de usted —le explicó ella al tiempo que él le ofrecía una piel para taparse.
—¿De mí?
—Sí, todos lo quieren, dicen que cuando usted está aquí las cosas cambian.
—¿Qué cosas?
—Los castigos, los gritos…
—¿Qué estás intentando decirme?
—Se habla del demonio del castillo, del diablo del bosque, pero nadie sabe realmente lo que pasa, quien lo ve ya no regresa.
—Quizás solo sean leyendas. —La tranquilizó Velkan viéndola elevar los hombros en gesto de duda—. Eres muy joven para tener miedo.
—Lo sé, pero…
No dijo más o no quiso decir más, al fin y al cabo él era un señor y ella una simple cocinera.[...]






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