martes, 28 de marzo de 2017

EN ALEJANDRÍA (FRAGMENTO DE MI NOVELA LA TRAVESÍA DEL ESCRIBA GÉNESIS)

Holaaaa, solo eso, os dejo un capítulo de la parte en la que Alan trabajó en la Biblioteca de Alejandría.
¡Qué os gusteeeee!

CAPÍTULO XIX

La biblioteca del mundo…

»Alejandría, el gran centro mundial del saber y la investigación, se abría al Mediterráneo unida por un dique a la isla de Faro. La ciudad fue fundada por Alejandro Magno, un discípulo de Aristóteles y amante de la sabiduría. Un guerrero poeta, un hombre elevado por los egipcios a la categoría de faraón que dotó a la urbe del germen de lo que sus sucesores, los Ptolomeos, convertirían en la Academia. Los dos puertos, que albergaba la costa, recibían toda clase de mercancías, traídas desde cualquier punto del mundo conocido. Era la cuidad más importante del momento: su plaza central, su calle principal, sus basílicas, sus baños públicos, sus gimnasios, sus mercados, sus templos. Griegos, judíos y egipcios convivían en armonía en los diferentes barrios de la ciudad.
El gran complejo palaciego, el Bruchium, albergaba el Museum y a su vez la Biblioteca, que contenían todo el saber de la época. Allí, la dinastía reinante, había conseguido reunir a un innumerable grupo de eruditos y sabios de todas las materias, apoyando la cultura por puro placer de la cultura y, ese empeño altruista, llevó a la urbe a ser el objetivo de cualquier interesado en el saber. Allí, esos sabios, vivían, recibían un sueldo, estudiaban y aprendían de otros como ellos. Allí, la escuela, la dialéctica, el discurso y la oratoria, la filosofía y todas las ciencias, se elevaron a su máximo exponente.
Los sabios, los gramáticos y los médicos se alojaban dentro de las dependencias del lugar y enseñaban a sus alumnos en él, disfrutando de la universidad, el jardín botánico, el teatro, la colección zoológica, el observatorio astronómico y la sala de conferencias y anatomía. Cualquier cosa que su intelecto necesitara conocer estaba en ese recinto.
A diferencia de cuando estuve en Atenas, mi destreza como escriba me abrió las puertas de la Biblioteca y empecé a trabajar allí como ciudadano griego, usando mi nombre de antaño: Adal. Mi labor era la de copista, un trabajo bastante demandado en aquel entonces, ya que una orden real obligaba a confiscar, a los viajeros y visitantes, los manuscritos que trajeran a la ciudad y no estuvieran dentro de sus fondos. Así, cuando los grandes barcos arribaban al puerto, eran inspeccionados en busca de textos inéditos que se llevaban a la Biblioteca para ser copiados y, acto seguido, regresaban a sus dueños o bien los originales o bien las copias, que era lo más normal. Así, la Biblioteca de Alejandría contaba con la mayor parte de las obras del mundo antiguo. Como colofón, también se mantenía un gran mercado de libros que incluía a los viajeros que traían textos de versiones propias sobre obras antiguas, las donaciones de colecciones completas y las obras nuevas que, algunos enviados del museum, traían de diversas partes de mundo. Los manuscritos eran almacenados y utilizados como fuentes de investigación y referencia; los libros más valiosos eran copiados por escribas locales e intercambiados por otros de otros lugares y así, se consolidaron sus pautas esenciales: conservación y difusión.
Al albergar grandes cantidades de rollos y papiros, por primera vez en la historia se hizo necesaria su organización y su catalogación. Las matemáticas, la medicina, la literatura, la filosofía, la astronomía… todo tenía su lugar adecuado y su finalidad. Los volúmenes que se hallaban allí, eran referenciados y colocados en filas de anaqueles que llamábamos thaike, organizados por temas y almacenados en fundas de cuero o lino, de manera que fuera fácil su recuperación y búsqueda. Fue entonces cuando, Calímaco de Cirene, el bibliotecario junto a Zenódoto de Éfeso, creó el primer catálogo de libros de la historia. Fue entonces cómo, poco a poco, la biblioteca del complejo se convirtió en el alma de la universidad y fue entonces cuando me convertí en amanuense con capacidades de traductor.
Las copias a mano que realizábamos eran muy estimadas por las correcciones y, el conocer varios idiomas, me ayudó a consolidar mi posición. Entré como ayudante de un grupo de setenta judíos que habían sido enviados por el sumo sacerdote de Jerusalem a la biblioteca, el rey Ptolomeo II quiso traducir al griego la Biblia, la llamada Septuaginta, germen del Antiguo Testamento actual, para acercar la fe a los judíos de habla griega, dejando una copia del texto en la biblioteca de Alejandría. La escuela judía que se formó en la ciudad estaba influenciada por la filosofía platónica y no me costó trabajo integrarme en el contexto del grupo. Disfrutaba transcribiendo la creación del hombre y la historia de Adán y Eva, podéis imaginaros el motivo. Esa sensación mezcla de satisfacción y curiosidad al contemplarme en la Biblia, siempre me acompañó, incluso años después, cuando me relacioné con los seguidores de Carpócrates y su idea de la perfección de Adán o cuando realizábamos beatos en los monasterios. Porque siempre fue así, mi imagen y la de Eva, nunca apareció Lilith, nunca existió en la creación, solamente fue nombrada levemente en la tradición hebrea, pero fue ella la que siempre estuvo presente en la historia, no como Eva, sino con personalidad propia y, como yo, con un nombre distinto en cada siglo. Fue un espíritu malvado, fue sacerdotisa, fue hetaira y musa de grandes artistas, fue la superviviente en un mundo en el que las normas y las creencias las dictaban los hombres.
La traducción y creación del texto bíblico ocupó cerca de un siglo, en el que muchos fueron los encargados del trabajo, traduciendo primero la Torá, el Pentateuco y, poco a poco, el resto de los escritos religiosos. Yo me encargaba de apoyar los trabajos de traducción del arameo al griego, unos de los idiomas que había aprendido en mis viajes, hasta que tuve que marcharme por mi condición y aproveché para dedicarme a la búsqueda, en nombre de la Biblioteca, de manuscritos por el mundo conocido.

Los días en la Biblioteca pasaban sin apenas notar el transcurso del tiempo que marcaba un gran reloj de arena diario que adornaba la sala central con forma de tholos y con la parte superior iluminada con luz natural. Había varios pisos y las salas de consulta y trabajo estaban cubiertas por estanterías con forma de aspa llenas de rollos de papiro y pergamino, correctamente organizados y catalogados. No podría describiros el olor que allí se respiraba. Si habéis entrado en una biblioteca y sentido el aroma a libro, a papel y cola; si os agrada ese olor, es mínimo comparado con lo que se sentía dentro de esas salas. Yo, por mi parte, identificaba ese perfume con la paz y el sosiego, solo otro aroma en el mundo conseguía ese efecto en mí y era el de lilas de Lilith. Allí me encontraba a gusto y, en mis ratos libres, allí leía y ojeaba cualquier documento, cualquier historia, cualquier dato sobre épocas pasadas: mis otras vidas; cada nueva sala, cada rincón era un descubrimiento entre miles de rollos. Acabé conociendo la posición de cada rollo, de cada manuscrito y sabiéndolo todo sobre Platón y Aristóteles, «¡si hubiera tenido esos conocimientos en los simposios de Friné!». Así pasaba mi vida, alternando mi oficio con las clases de la escuela en las grandes salas de conferencia adjuntas a las instalaciones, fascinado por los nuevos descubrimientos de la astronomía y la historia, basados en la observación y la lógica. Y, sin pretenderlo, vi el nacimiento de una nueva ciencia: la alquimia, a pesar de que, ya en el Egipto en el que yo viví, la magia y la medicina estaban al servicio de la religión: Thot, dios de la alquimia, dios de todo lo esotérico y de los secretos de los dioses, que yo conocí solamente como dios de los escribas y que con el paso del tiempo se convirtió en todo lo demás. Ahora, en cambio, eran los eruditos los que dividían la materia en tres partes: el mercurio que era el espíritu, el azufre que era el alma y la sal que era el cuerpo. El control sobre el fuego aplicado a esos elementos, era la base de esa misteriosa ciencia.
Otros buscaban conseguir la transmutación de los minerales y la panacea que, según ellos, curaría todas las enfermedades. Creían, bajo la influencia de Aristóteles, que los cuatro elementos regían la vida y podían conformar un quinto más poderoso, llegando a la piedra filosofal o al agua de vida que otorgaba la inmortalidad. No obstante, esa ciencia siempre se movió entre la química real y la delgada línea de la leyenda, nunca conocí a nadie capaz de convertir el plomo en oro o de conseguir el elixir de la eterna juventud.
Pronto adopté una rutina general y los días en los que tenía tiempo libre en la Biblioteca, paseaba por la ciudad dejándome llevar por mis pies, alejándome hasta el enorme faro que guiaba con su luz a los barcos que arribaban al puerto llenos de mercancías y conocimientos y que el primer Ptolomeo había mandado edificar en la isla vecina, unida a la ciudad. O, a veces, me perdía entre la diversidad de edificios que componían el complejo real, entre el ajetreo y gran cantidad de transeúntes que caminaban a sus quehaceres a través de ellos, solo acompañados por la brisa y la humedad que llegaba del mar. Había días en los que disfrutaba de las fiestas en honor al dios Serapis, dios greco egipcio, protector de Alejandría y las demás celebraciones de las deidades griegas. Había días en los que mi trabajo me obligaba a pasar mucho tiempo enfrascado en labores de escriba y me encontraba enfrentado directamente con las ideas alquímicas de los sabios.
Fue así como uno de esos alquimistas requirió los servicios de la biblioteca para transcribir sus experimentos y, de nuevo, me vi haciendo de copista para una especie de visionario, aunque nunca fue para mí como mi maestro Akil, más bien me dediqué a registrar lo que me decía sin involucrarme demasiado.
Phineas, que así se llamaba el alquimista, era un hombre que, sin parecer anciano, su cuerpo manifestaba las continuas exposiciones a los elementos químicos y su túnica, manchada por mil sitios, no ayudaba nada a su aspecto, en una época en la que tanto los químicos como los filósofos o astrónomos vestían impecablemente, pero mi nuevo compañero estaba tan abstraído en su mundo que no se percataba de su atuendo. Aun así, mostró un carácter abierto y conversador y enseguida entablamos amistad, fue más fácil trabajar de esa manera. Mientras me preguntaba por mi nombre, mi oficio dentro de la biblioteca y mi descendencia griega, llegamos a su sala de pruebas, una especie de laboratorio o taller casi sin ventilación, donde aislaba los experimentos. Me ofreció asiento en un rincón de la mesa, cerca de una hoguera, para hacer mi trabajo, aunque seguramente necesitaría seguirle por el recinto y para eso contaba con mi tabla portátil de apoyo. El químico parecía feliz por mi presencia allí, que se le hubiera permitido disponer de un escriba para sus trabajos, significaba que, tanto el museum como el rey, tomaban en serio sus artes.

sábado, 18 de marzo de 2017

LA CONDESA SANGRIENTA: ERZSÉBETH BÁTHORY


La entrada de hoy hace referencia a otro de los personajes históricos que deambulan por las páginas de mi novela VÍNCULO DE SANGRE: LEGADO. La condesa a parece en la vida de mi protagonista como miembro de las sucesivas ramas que la familia Basarab tuvo. Por supuesto las licencias literarias son muchas, pero sí que es sabido que hubo una línea familiar entre Vlad Draculia III y los Bathory aunque con siglos de diferencia entre ambos personajes históricos. Pero es lo hermoso de la literatura, yo he podido unirlos de alguna manera a través de la historia de Velkan Basarab, el protagonista de la novela.
El recorrido por la vida de esta mujer es cuanto más que curioso, por llamarlo de alguna manera suave. Mientras que en sus primeros años se comportó como una buena madre y esposa, salvo ocasiones en que era despiadada y cruel con sus sirvientes, aunque en aquella época la mayoría de los nobles eran así y nada habría trascendido sino se hubiera convertido en una de las mayores asesinas en serie de la historia. Sin embargo, fueron los años que siguieron al fallecimiento de su marido, el conde Nádasdy cuando su crueldad se acentuó. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué pasó a la historia? Buena pregunta, pues nada más y nada menos que por matar, torturar, secuestrar, mutilar y bañarse en la sangre de más de 600 jóvenes de sus tierras, todas vírgenes, todas puras, porque según ella y sus brujas, era esa sangre la que la rejuvenecía y le daba la vida eterna. ¿Por qué esa obsesión por la belleza? Supongo que eso es algo que solo entiende una mente trastornada, pero a mí me sirvió para relacionarla con mi protagonista, con mi vampiro especial. ¿Cómo? Pues haciendo que ella estuviera enamorada de él y que buscara ser como él, inmortal, eternamente joven y dependiente de la sangre. No voy a revelar más, si queréis averiguarlo debéis leer la novela y conocer a la condesa de mi mano.
Para la información sobre Erzsebeth Bathory (a parte de novelas y manuales) me encantó una entrada en un blog que encontré por internet y que hacía un recorrido por su vida de forma magistral, os dejo el enlace por si queréis ampliar conocimiento, ya aviso de que puede ser un poco fuerte, está dividido en unas 10 partes, solo debéis navegar hasta la primera y empezar su apasionante lectura. Ahí encontrareis no solo lo relativo a ella, sino a parte de su familia, dando una explicación a la posible locura que afectaba a los Bathory:
(Blog "Dinastías históricas" de Elena F.)
El castillo de Cathice, en la actual Eslovaquia era su fortaleza, una de las muchas de las que disponía, pero era en ella en dónde perpetró y ejecutó la mayoría de sus crímenes. Los rumores por sus pueblos se fueron extendiendo, las chicas jóvenes a su servicio desapareciendo, su carruaje negro buscando nuevas víctimas recorría sus tierras y todos le tenían miedo, nadie se atrevía contra la condesa. Cuando empezó a matar a chicas nobles que acogía, la corte se le echó encima y la arrestaron. Su condena: la encerraron en su habitación, tapiada por completo, emparedada, sin apenas luz, sin casi comida o abrigo, a esperar la muerte en soledad.

                                               

                                 MUERTE DE ERZSEBETH, ilustración de Santiago Caruso


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Os dejo un fragmento de mi novela.
Espero que os guste. Un saludo...
ECN.
CAPÍTULO 16
Cachtice. 1608.
»Erzsébet estaba frente al espejo de cuerpo entero que mandó colocar en sus aposentos observando su blanca y tersa piel, no aparentaba tener la edad que tenía, a sus más de cuarenta años, estaba más bella que nunca. Hacía varios años que gobernaba sola las propiedades de los Nádasdy. Sus hijas ya estaban casadas y su hijo vivía con sus tutores en otro de los castillos, Pál tenía el futuro asegurado como heredero de su padre. Durante todo ese tiempo, Erzsébeth descubrió la verdadera fuerza de la magia roja, Darvulia, su mentora en lo referente a la sangre, la guiaba.
El cubo en el que guardaba la sangre que acababa de restregarse en el cuerpo, se ocultaba en un anexo secreto que había mandado construir en su habitación y en el techo aún colgaba el cuerpo sin vida de la joven que había vertido su sangre sobre ella, no se acordaba de su nombre, ni del cargo que tenía en el castillo, una criada más o menos, solo sabía que, hacía unas semanas Ficzkó la había traído en su carruaje junto a muchas otras desde entonces prometiéndoles una vida mejor, muchachas que esperaban en las mazmorras y en los laberínticos subterráneos del castillo su turno para satisfacer a su condesa.

lunes, 13 de marzo de 2017

ENLACES PARA LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS DE MIS NOVELAS.

Holaaaaaa, hoy os dejo los enlaces para poder leer los primeros capítulos de mis novelas: LA TRAVESÍA DEL ESCRIBA GÉNESIS y VÍNCULO DE SANGRE: Legado, así podéis comprobar si os resulta interesante o no.
Un saludoooooo.
ECN.

LA TRAVESÍA DEL ESCRIBA GÉNESIS
https://drive.google.com/open?id=0B7XeEe1I3CzFQzl5V0lQdFQwZlU

VÍNCULO DE SANGRE: LEGADO
https://drive.google.com/open?id=0B7XeEe1I3CzFejhodGhRUkt5YWc