Hace tiempo que no me paso por el blog y por eso hoy lo hago. Más o menos en estas fechas se iniciaban las Saturnalias en la Antigua Roma. Por eso aprovecho la coyuntura para dejaros un fragmento de Génesis en el que hago alusión a estas señaladas festividades romanas, con ocasión de unos juegos de gladiadores. Espero que os guste.
Fragmento del cap. XX
"
Esa
noche le hablé a Valerio de mi vida en Alejandría y mis trabajos en la gran
Biblioteca, mi dedicación a los libros y mi conocimiento sobre cualquier tema
relacionado con ellos. Le hablé de mi labor de escriba y amanuense, de
restaurador y de copista, de comprador de manuscritos. Le hablé de mis ideas
sobre los sacrificios y la igualdad entre personas, en esos momentos estaba un
poco subido por el vino y no sé bien si fue prudente, pero él nunca me lo echó
en cara y me respetó. Me di cuenta de que Tito tenía razón y el senador era
digno de confianza. A partir de entonces nos reuníamos a menudo, aun sin Tito,
y nos juntábamos para disfrutar de las fiestas y celebraciones. Muchas de ellas
eran herederas de las griegas, como las dedicadas a Minerva, la Atena romana, o
las grandes dionisíacas de marzo que los romanos dedicaban al dios Baco, en las
que corría el vino y se llevaban a cabo duelos de ingenio cómico. Los juegos en
el circo se sucedían a lo largo del año, en mayo en honor a Marte, en junio los
juegos taurios con cacerías de toros
y carreras de caballos, y en septiembre los
ludi en honor a Júpiter con una procesión por el Capitolio, el foro y que
culminaba en el Circo Máximo. Disfruté del teatro y, junto a Valerio, mi gusto
por las carreras de cuadrigas aumentó, una competición que hacía gritar a los
asistentes, que movía apuestas y servía para olvidar la realidad por unos
instantes, pero sin la dosis de violencia que tenían los gladiadores. Ese año
los juegos de luchas que preparaba Tito estaban previstos durante las fiestas
en honor a Saturno.
Las
Saturnalias se celebraban en diciembre, cuando el trabajo del campo llegaba a
su fin y había tiempo para descansar. Durante esos días, las normas sociales se
olvidaban, podías ver al domine
cambiar el rol con su esclavo y no era raro que hasta jugaran juntos a los
dados, por unos pocos días el esclavo respiraba cierta libertad. Las leyes y el
poder se satirizaban. Los carnavales, en los que todas las clases sociales se
mezclaban, llenaban las calles de la ciudad, lo normal era embriagarse y
asistir a banquetes que acabaran en orgías en honor del dios.
Era
la primera vez que asistía a las fiestas de Roma y, como todo allí, las
celebraciones eran exacerbadas. Me propuse participar en la mayoría de los
eventos ante la insistencia de Valerio y disfrutar todo lo posible de ellos,
pero la perspectiva de los combates de gladiadores no me agradaba y cuando
llegó el día, allí estaba yo, sentado junto a un senador y un magistrado en el
palco principal. El graderío estaba repleto de gente que ya se impacientaba y a
los que parecía no importarles el clima frío de ese mes; hacía pocos años que
el pequeño anfiteatro se había edificado en la ciudad, debido al aumento de la
demanda de esos espectáculos y, aunque no tenía el esplendor que años después
ostentaría el Anfiteatro Flavio
edificado por Vespasiano, cumplía sobradamente el papel para el que se
construyó y los juegos de Tito no desmerecieron a los grandes eventos
posteriores.
Por
fin, ante las aclamaciones de la plebe y tras la orden de Valerio, todos los
gladiadores entraron en la arena a través de la reja que daba a las estancias
inferiores del anfiteatro. Iban ataviados con sus armas identificativas; allí
se situaron los equites en sus
caballos, los essedarii en sus
carros, los secutores con las gladius y escudos, los reciarios con redes y tridentes y los provocati que abrirían los combates. Se
aproximaron a nuestra posición y elevando la voz con el saludo y juramento
obligado, se dispusieron para su sacrificio o su victoria. Algunos morirían,
sin embargo, los vencedores serían aclamados como héroes.
La
lucha se inició. Primero uno contra uno y luego por parejas dos a dos, y pronto
se escucharon los golpes de acero contra acero y los gritos de furia que
acompañaban a los ataques, pero hasta que no salpicó la primera gota de sangre,
los espectadores no se levantaron de sus asientos pidiendo más. Ante esa
petición, los gladiadores se enaltecieron y los encontronazos se volvieron más
violentos. Una espada atravesó el corazón de uno de los luchadores y el otro
acabó con un tajo en el cuello. La pareja formada por los esclavos de Marco
venció.
Así, se fueron sucediendo
los combates durante casi todo el día, sin apenas descanso. Sangre, sudor y
lágrimas cubrían la arena, mientras el vino y las bebidas fermentadas corrían
por las gradas del anfiteatro, subiendo la temperatura de los asistentes al son
de la lucha, de los carros victoriosos de los essedarii que pasaban sobre los cuerpos de los caídos, de los
trofeos y armas que quedaban en el suelo. Pero se hizo el silencio al llegar la
hora del plato principal: los primus
de cada ludus. El respetuoso
recibimiento de esos dos gladiadores no tuvo nada que ver con los anteriores,
los espectadores los conocían y estaban allí por ellos, por la batalla final,
la más esperada. De nuevo el ritual, el juramento, los que van a morir os saludan y de nuevo los golpes y pronto la
sangre, se iba a decidir todo en ese combate; pronto los escudos no sirvieron
de nada y las espadas decidieron. El gladiador de Marco cedía terreno al otro,
aguantando la descarga de choques de su rival, esquivando la red y el tridente
que se movían rápidos de un lado a otro, pero quedó claro que, con ese baile,
solo buscaba cansarle, ya que, en cuanto vislumbró la mínima posibilidad,
recuperó su posición y el contrataque fue brutal. El tajo de su gladius dejó a la vista parte del hueso
de la pierna de su contrincante, mientras un grito desgarrador llegaba a mis
oídos; acto seguido el filo de su espada acarició el abdomen de su oponente
que, ante mis horrorizados ojos, se abrió, desprendiendo parte de lo que
parecía el intestino, el gladiador herido cayó de rodillas sujetándose la carne
y con un aullido de guerra, el vencedor alzó las manos y se dirigió a Valerio,
pidiendo permiso para la vida o la muerte del perdedor. Yo no podía mirar,
estaba asqueado ante el despliegue de violencia al que estaba asistiendo, pero
todos los allí presentes alzaban las voces fuera de sí, extasiados ante la
escena, cuanto más cruel y sangrienta mejor, yo era el único que sentía ganas
de vomitar.
—¿Vive o muere? Tú decides, Antonio. —Valerio
alargó el momento de la decisión y me concedió el honor,
—¿Me hablas en serio? Tiene las tripas fuera,
¿qué soluciono si decido que vive?
—¿Entonces muere?
Le miré irónico. Tal vez para el luchador era más
honorable morir en la arena que desparramado en un habitáculo húmedo en el
interior del recinto.
—¿Puedo elegir que muera rápido?
Valerio se rio e, incorporándose, pidió la muerte
que todos los allí presentes exigían, pero, para mi disgusto, el gladiador de
Marco le cortó el cuello y expuso su cabeza a las gradas, paseándola, seguido
de un reguero de sangre que chorreaba del busto sin vida. No aguanté más,
mientras todos gritaban y asistían a la victoria, ignorándome, me incorporé y
me fui, esperaría en la domus de
Valerio y recordaría ese día como uno de los peores de mi vida. Durante
milenios había conseguido excluirme de los sacrificios rituales de animales
celebrados durante las fiestas a los dioses, pero no pude hacer nada por evitar
ese macabro espectáculo, lo único que esperaba era no verme obligado a asistir
a ninguno más. Así eran los juegos de gladiadores: combates a muerte, gente
disfrutando cuando alguien abría el abdomen a otro y dejaba caer sus tripas. Y
después: un banquete. "