Buenasssss, os dejo por aquí un relato que he escrito para participar en un concurso de relatos de Zenda. Espero que os guste.
#Historiasdeanimales
Segundo relato
CANIS FAMILIARIS
¿Cómo iba a permitir que alguien hiciera daño a mi domine? Nunca, mientras yo estuviera para protegerlo. Me lancé sobre el humano más grande y mordí con fuerza su brazo, ese que amenazaba lo que yo más quería, sin importarme mi seguridad. Noté cómo intentaba zafarse del agarre de mis fuertes mandíbulas y cómo gritaba de dolor, no cedí. No era habitual que mordiera a nadie, sin embargo, no sentía que ese maldito fuera como los demás humanos, no mientras intentara hacer daño a mi domine, el humano que aquel lejano día me salvó de una muerte inminente, el que llegó y detuvo la mano asesina que quiso matarme y que había conseguido hacerlo con mi madre y mis hermanos.
Mi madre le era fiel a ese demonio que la había criado de forma cruel en un barrio de casas pobres junto a la muralla de la urbe, la crio sin amabilidad y sin apenas comida; y, después de parir, la había odiado sin motivo hasta decidir matarla a golpes con sus pequeños hijos. Yo sentía los pensamientos de mi madre ante lo que estaba ocurriendo, su miedo y su lamento: «Yacía en el suelo helado, inmóvil, dolorida, sabiendo que la vida se me escapaba por la herida de la cabeza, sabiendo que nadie acudiría a auxiliarme. El silencio empezó a rodearme. Mis hijos ya habían dejado de gritar, ya no sufrían bajo los golpes de aquel monstruo en el que un día confié, ya descansaban en paz. Y yo, la que lo había intentado todo para protegerlos, pronto me reuniría con ellos. Porque había otros que conseguían una segunda oportunidad, pero ese no iba a ser nuestro destino. La muerte y el silencio nos uniría. No quería vivir en un mundo sin ellos, a merced de hombres malvados que mataban a golpes. Cerré los ojos. Mis cachorros me esperaban en el cielo de los perros y allí viviríamos felices.»
Mi madre nunca supo que yo había sobrevivido, estaría feliz de saber que uno de sus cachorros lo consiguió. Esperaba que cayera sobre mí el golpe funesto de ese cruel humano cuando escuché un grito, el golpe no llegó, sí unas manos amables y mi primera caricia amorosa. Me dormí y cuando desperté estaba al lado del fuego y con un caldo a mi lado. ¿Cuánto tiempo había pasado? No podía saberlo, el tiempo era distinto para mí, sencillo de controlar: se distribuía entre cuando comía, cuando dormía a sus pies y cuando mi domine salía, ese tiempo era eterno para mí y esperaba su vuelta con ansías. Poco a poco empecé a disfrutar de la vida a su lado y en la urbe, que él llamaba Ercávica, y empecé a darme cuenta de lo afortunado que era de estar a su lado. También supe que la crueldad con la que había tratado aquel malvado a mi madre era muy habitual. Lo descubrí mientras paseaba por el Cardo siguiendo sus pasos, viendo a otros perros buscar comida desesperadamente esquivando las patadas y los alaridos de furia de muchos de los dueños de las Tabernae a los que no les gustaba que un animal merodeara entre sus clientes. Sentí pena por ellos, porque nunca conocerían el amor de un hogar cálido. Sin embargo, en el Foro era distinto, me encontré con otros congéneres que dormían a los pies de sus ricos domines e incluso estaban orondos por el exceso de alimento y el poco ejercicio. Así me di cuenta de los extremos en los que se vivía, los mismos en los que lo hacían los humanos. Sí, yo era muy afortunado. Por eso lucharía por defender a mi domine aun a riesgo de mi propia vida. Por eso no deshice el agarre del brazo del humano que lo amenazó hasta que un golpe me hizo perder la fuerza y el conocimiento.
No sé qué ocurrió después, solo sentí
que las manos firmes y amorosas de mi domine me alzaron y caminó abrazándome
y susurrando palabras de ánimo, por un momento dejé de sentir el dolor, estaba
feliz junto a los latidos de su corazón. La calle empedrada por la que pasamos
me traía recuerdos de otros paseos con él. Percibí el olor rancio del vino
derramado quizás de alguno de los Caupona de la calle alta y los restos
de comida que empezaba a descomponerse en el suelo; en otra etapa de mi vida,
ya muy lejana había buscado esos restos podridos con mi madre y hermanos, pero
hacía mucho que comía manjares en mi hogar mientras dormitaba a los pies de mi domine.
El olor a descomposición dio paso al olor a incienso, el Templo del Dios estaba
cerca, ¿me estaba muriendo? ¿Por eso recordaba lo que me pasó en mi corta vida?
Temblé, tuve miedo y no fue por mí, fue por abandonar a mi domine sin
haber vivido muchos años a su lado.
El giro en una de las calles
principales me indicó que no íbamos a casa y al cruzar un atrio, una voz nueva
se coló en mi mente. Mi domine me colocó sobre una cama dura de piedra y
dejó que otro humano me tocara, examinara mi herida y me untara con algo que
hizo que escociera, me removí y empecé a sentirme mejor. Y cerré los ojos,
recostando mi cabeza, mientras escuché sus palabras: «No es habitual que un
hombre venga al medico para traer a un perro» y lo que mi domine
contestó: «No es solo un perro, es mi compañero, es parte de mi familia.»
Me dormí tranquilo y con una sensación
de completa felicidad, si es que los perros pueden sentir felicidad, porque
sabía que mi domine era el mejor del Imperio y mi vida era valiosa para
él.
Y seguiría siéndolo por los muchos años
que me quedaran por vivir a su lado.
ARES, perro mestizo que vivió
durante el siglo I en la ciudad de Ercávica en la Domus de RÓMULO.