lunes, 17 de diciembre de 2018

EL MES DE LAS SATURNALIAS

Buenassssssss a tod@s.

Hace tiempo que no me paso por el blog y por eso hoy lo hago. Más o menos en estas fechas se iniciaban las Saturnalias en la Antigua Roma. Por eso aprovecho la coyuntura para dejaros un fragmento de Génesis en el que hago alusión a estas señaladas festividades romanas, con ocasión de unos juegos de gladiadores. Espero que os guste.



Fragmento del cap. XX

"
Esa noche le hablé a Valerio de mi vida en Alejandría y mis trabajos en la gran Biblioteca, mi dedicación a los libros y mi conocimiento sobre cualquier tema relacionado con ellos. Le hablé de mi labor de escriba y amanuense, de restaurador y de copista, de comprador de manuscritos. Le hablé de mis ideas sobre los sacrificios y la igualdad entre personas, en esos momentos estaba un poco subido por el vino y no sé bien si fue prudente, pero él nunca me lo echó en cara y me respetó. Me di cuenta de que Tito tenía razón y el senador era digno de confianza. A partir de entonces nos reuníamos a menudo, aun sin Tito, y nos juntábamos para disfrutar de las fiestas y celebraciones. Muchas de ellas eran herederas de las griegas, como las dedicadas a Minerva, la Atena romana, o las grandes dionisíacas de marzo que los romanos dedicaban al dios Baco, en las que corría el vino y se llevaban a cabo duelos de ingenio cómico. Los juegos en el circo se sucedían a lo largo del año, en mayo en honor a Marte, en junio los juegos taurios con cacerías de toros y carreras de caballos, y en septiembre los ludi en honor a Júpiter con una procesión por el Capitolio, el foro y que culminaba en el Circo Máximo. Disfruté del teatro y, junto a Valerio, mi gusto por las carreras de cuadrigas aumentó, una competición que hacía gritar a los asistentes, que movía apuestas y servía para olvidar la realidad por unos instantes, pero sin la dosis de violencia que tenían los gladiadores. Ese año los juegos de luchas que preparaba Tito estaban previstos durante las fiestas en honor a Saturno.
Las Saturnalias se celebraban en diciembre, cuando el trabajo del campo llegaba a su fin y había tiempo para descansar. Durante esos días, las normas sociales se olvidaban, podías ver al domine cambiar el rol con su esclavo y no era raro que hasta jugaran juntos a los dados, por unos pocos días el esclavo respiraba cierta libertad. Las leyes y el poder se satirizaban. Los carnavales, en los que todas las clases sociales se mezclaban, llenaban las calles de la ciudad, lo normal era embriagarse y asistir a banquetes que acabaran en orgías en honor del dios.
Era la primera vez que asistía a las fiestas de Roma y, como todo allí, las celebraciones eran exacerbadas. Me propuse participar en la mayoría de los eventos ante la insistencia de Valerio y disfrutar todo lo posible de ellos, pero la perspectiva de los combates de gladiadores no me agradaba y cuando llegó el día, allí estaba yo, sentado junto a un senador y un magistrado en el palco principal. El graderío estaba repleto de gente que ya se impacientaba y a los que parecía no importarles el clima frío de ese mes; hacía pocos años que el pequeño anfiteatro se había edificado en la ciudad, debido al aumento de la demanda de esos espectáculos y, aunque no tenía el esplendor que años después ostentaría el Anfiteatro Flavio edificado por Vespasiano, cumplía sobradamente el papel para el que se construyó y los juegos de Tito no desmerecieron a los grandes eventos posteriores.
Por fin, ante las aclamaciones de la plebe y tras la orden de Valerio, todos los gladiadores entraron en la arena a través de la reja que daba a las estancias inferiores del anfiteatro. Iban ataviados con sus armas identificativas; allí se situaron los equites en sus caballos, los essedarii en sus carros, los secutores con las gladius y escudos, los reciarios con redes y tridentes y los provocati que abrirían los combates. Se aproximaron a nuestra posición y elevando la voz con el saludo y juramento obligado, se dispusieron para su sacrificio o su victoria. Algunos morirían, sin embargo, los vencedores serían aclamados como héroes.
La lucha se inició. Primero uno contra uno y luego por parejas dos a dos, y pronto se escucharon los golpes de acero contra acero y los gritos de furia que acompañaban a los ataques, pero hasta que no salpicó la primera gota de sangre, los espectadores no se levantaron de sus asientos pidiendo más. Ante esa petición, los gladiadores se enaltecieron y los encontronazos se volvieron más violentos. Una espada atravesó el corazón de uno de los luchadores y el otro acabó con un tajo en el cuello. La pareja formada por los esclavos de Marco venció.
Así, se fueron sucediendo los combates durante casi todo el día, sin apenas descanso. Sangre, sudor y lágrimas cubrían la arena, mientras el vino y las bebidas fermentadas corrían por las gradas del anfiteatro, subiendo la temperatura de los asistentes al son de la lucha, de los carros victoriosos de los essedarii que pasaban sobre los cuerpos de los caídos, de los trofeos y armas que quedaban en el suelo. Pero se hizo el silencio al llegar la hora del plato principal: los primus de cada ludus. El respetuoso recibimiento de esos dos gladiadores no tuvo nada que ver con los anteriores, los espectadores los conocían y estaban allí por ellos, por la batalla final, la más esperada. De nuevo el ritual, el juramento, los que van a morir os saludan y de nuevo los golpes y pronto la sangre, se iba a decidir todo en ese combate; pronto los escudos no sirvieron de nada y las espadas decidieron. El gladiador de Marco cedía terreno al otro, aguantando la descarga de choques de su rival, esquivando la red y el tridente que se movían rápidos de un lado a otro, pero quedó claro que, con ese baile, solo buscaba cansarle, ya que, en cuanto vislumbró la mínima posibilidad, recuperó su posición y el contrataque fue brutal. El tajo de su gladius dejó a la vista parte del hueso de la pierna de su contrincante, mientras un grito desgarrador llegaba a mis oídos; acto seguido el filo de su espada acarició el abdomen de su oponente que, ante mis horrorizados ojos, se abrió, desprendiendo parte de lo que parecía el intestino, el gladiador herido cayó de rodillas sujetándose la carne y con un aullido de guerra, el vencedor alzó las manos y se dirigió a Valerio, pidiendo permiso para la vida o la muerte del perdedor. Yo no podía mirar, estaba asqueado ante el despliegue de violencia al que estaba asistiendo, pero todos los allí presentes alzaban las voces fuera de sí, extasiados ante la escena, cuanto más cruel y sangrienta mejor, yo era el único que sentía ganas de vomitar.
—¿Vive o muere? Tú decides, Antonio. —Valerio alargó el momento de la decisión y me concedió el honor,
—¿Me hablas en serio? Tiene las tripas fuera, ¿qué soluciono si decido que vive?
—¿Entonces muere?
Le miré irónico. Tal vez para el luchador era más honorable morir en la arena que desparramado en un habitáculo húmedo en el interior del recinto.
—¿Puedo elegir que muera rápido?
Valerio se rio e, incorporándose, pidió la muerte que todos los allí presentes exigían, pero, para mi disgusto, el gladiador de Marco le cortó el cuello y expuso su cabeza a las gradas, paseándola, seguido de un reguero de sangre que chorreaba del busto sin vida. No aguanté más, mientras todos gritaban y asistían a la victoria, ignorándome, me incorporé y me fui, esperaría en la domus de Valerio y recordaría ese día como uno de los peores de mi vida. Durante milenios había conseguido excluirme de los sacrificios rituales de animales celebrados durante las fiestas a los dioses, pero no pude hacer nada por evitar ese macabro espectáculo, lo único que esperaba era no verme obligado a asistir a ninguno más. Así eran los juegos de gladiadores: combates a muerte, gente disfrutando cuando alguien abría el abdomen a otro y dejaba caer sus tripas. Y después: un banquete. "