ECN
CAPÍTULO
I
No
puede ser que esté aquí de nuevo. ¿Cómo era?: el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
Posiblemente, ese dicho estaba escrito para mí porque, por lo que recuerdo,
siempre tropecé en esa roca, una y otra vez y otra y otra…
Pero, analizando las cosas con más calma y
observando la situación en la que me encontraba, hasta podría definirme como el
ser humano más feliz sobre la tierra.
Las causas eran sencillas. Primero, tenía al fin en
mis manos mi manuscrito. El mismo que escribí en la casa de la vida de Menfis.
El mismo que guardé y llevé conmigo cuando me marché de Alejandría, uno de los
peores días de mi vida, mientras, llorando, veía arder mi adorada biblioteca y
destruirse su cultura. El mismo que, ya en el monasterio, oculté, protegí y
conservé. El mismo que, debido a una traición, me fue arrebatado de las manos durante
mi estancia en Venecia allá por el siglo XVIII. El mismo que ahora estaba ante
mí.
El libro estuvo perdido durante doscientos años sin
dejar ningún rastro y ya había perdido la esperanza de recuperarlo. Pero allí
estaba, en manos de la persona que menos esperaba. Sabía que era auténtico, lo
reconocería entre un millón: cada una de sus páginas, las adaptaciones que se
sucedieron a lo largo de los siglos, la transformación y el deterioro del
papiro, la portada de piel y el pergamino que le añadí, los nuevos recuerdos y
cada daño que había sufrido. EL LIBRO DE TOT, el primero de ellos, cuando el
dios Dyehuty (llamado Tot por los griegos) era nuestro guía: el dios de la
sabiduría y de los escribas. El mundo especulaba sobre los conocimientos de ese
libro, sobre su poder esotérico y, durante siglos, fue esa búsqueda de
conocimientos mágicos la que favoreció su fama y perturbó mi existencia. Pero
solo yo sabía que, a pesar de lo que se creía, nunca había sido hallado ningún
ejemplar. Nunca, los que dijeron conocer sus secretos, tuvieron en sus manos el
auténtico libro. Siempre permaneció oculto. Todo eran suposiciones infundadas
de ocultistas y magos, ávidos de éxito y poder.
Y segundo, estaba ante Ella de nuevo, otra vez y
otra y otra: mi piedra de siglos.
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