Os dejo un fragmento de la nueva novela que estoy escribiendo, ROMULUS, un título provisional aunque da para imaginar cuál es el tema...
Las calles embarradas
de Alba Longa siempre estaban concurridas de gentes que iban y venían en sus
quehaceres diarios, era un ajetreo al que no terminaba de acostumbrarse, los
pastos de su niñez eran todo paz. El sonido de espadas se escuchaba a su
espalda, Remo se entrenaba en su manejo con Espurio. Rómulo seguía viendo en su
mente la mirada de resignación de Amulio, de alguna manera esperaba que todo
aquello pasase, pero había algo más, ¿arrepentimiento por lo que le hizo a Rea
Silvia? ¿Entendimiento porque ellos regresaran a su lugar junto a su abuelo? ¿A
su ciudad? Pero esa ya no era su ciudad. El desafío de las vestales no lo
tranquilizaba, estar tan cerca de su madre y no poder darle los honores que
merecía hacía que sus nervios estuvieran a flor de piel.
Cuando terminó, Remo
se situó a su lado, mirando hacia dónde él miraba.
—Por fin estamos aquí,
en nuestro lugar.
—No vamos a quedarnos,
Remo.
—¿Cómo?
—No siento que este
sea nuestro hogar.
—Somos los herederos,
el abuelo así lo ha decretado.
—No somos reyes aquí.
—Sí lo somos. ¿Todo
esto es por lo del hombre que intentó matarte? Era de esperar, aún no contamos
con el apoyo de todos.
—No es solo eso, hay
algo oscuro aquí que no me gusta.
—¿Por eso llevas un
tiempo tan triste?
—Tal vez.
Remo fruncía los
labios ante las palabras de su hermano, desconocía el encuentro con la
Sacerdotisa Máxima y él no se lo contaría. Mientras ella fuera su enemiga no
sentiría que ese fuera su sitio. Lo había pensado mucho y no quería que Alba Longa acabara con ellos como lo había hecho con su familia.
—¿No querrás regresar
a ser pastor?
—Teníamos más paz.
—¿Paz? Era una vida sin
esperanzas de cambio.
—Fue nuestra vida.
—Lo fue, ya no. No voy
a dejar esto, es nuestro destino.
—No te lo pediría,
pero aquí hay demasiado odio, demasiadas muertes, demasiada sangre. No es aquí
donde debemos reinar. Yo por lo menos no lo haré.
—¿Entonces?
—Buscaremos otro
lugar, un sitio en el que fundar nuestra propia ciudad. Yo así lo haré, eres libre
de permanecer aquí.
—¿No cambiarás de
opinión? —Rómulo negó ante la pregunta de su hermano—. Me obligas a seguirte.
Se lo juré a nuestra madre, yo siempre cuidaré de ti y ahora mismo te odio por
eso. ¿Dónde vamos?
—Dónde todo empezó. A
nuestra cueva.
—Puedo ser rey aquí,
en Alba Longa.
—Lo sé. Por eso puedes
elegir.
—Allí seremos reyes de
nada.
—Todo tiene un
comienzo. Será distinto, nuestro.
—Y no estaréis solos.
—La voz de Espurio les hizo girar la cabeza, el hombre se situó a su lado—.
Partiré con vosotros y no lo haré solo. Un grupo de soldados que me sirvieron
vendrán con nosotros, ellos y sus familias. No somos muchos, pero hay gente
humilde que sabe hacer pan, trabajar el metal, la tierra, cuidar a los
animales, tejer, tintar. Las necesidades básicas estarán cubiertas. Y
seguramente se unirán más en el camino, gentes que busquen una vida fuera de la
miseria, un futuro mejor.
—Eso estaría bien,
nuestra nueva ciudad dará cobijo a quienes quieran venir, a todos, sin importar
su género, ocupación, procedencia o vida anterior.
Remo soltó un bufido,
si su hermano había tomado la decisión él poco podía hacer, pero él aún podía
elegir quedarse, ser rey. Sin embargo, ¿podría hacerlo? Soltó una maldición,
conocía la respuesta. La despedida iba a ser difícil.
El siguiente amanecer
los vio partir de Alba Longa. Remo abría la marcha con paso firme, pero con el
ceño fruncido, había abandonado una vida de lujos y un trono por algo que solo
estaba en la cabeza de su hermano, pensó que le dejaría soñar y si no funcionaba
siempre podía regresar a reclamar lo que era suyo, su abuelo lo recibiría con
los brazos abiertos. Habían hablado casi toda la noche y Numitor, a pesar de su
pena, entendió lo que ellos querían y les otorgó libertad y tierras en el lugar
que decidieran, el abrazo fue más largo e intenso de lo habitual, su vida
juntos había sido breve.
Caminaron casi toda la
mañana junto con el grupo de hombres y alguna mujer que los siguieron, muchos
escapaban de una vida bastante precaria y tenían la esperanza de encontrar algo
mejor junto a los gemelos afortunados. La primera parada a descansar les
alcanzó con el sol ya en su cenit, pan, queso y algunas tortas dulces les
hicieron calmar el hambre.
—Quería preguntarte si
conoces los puertos de comercio.
Espurio elevó la vista
hacia la mirada de Rómulo, mientras Remo se entretenía con unos jóvenes
soldados con los que charlaba y reía.
—Estás más preocupado
tú que tu hermano.
—La idea de irnos fue
mía, yo debo hacerme cargo. ¿Sabes de ellos?
—Al sur del Lacio hay
colonias griegas que navegan por el mar, son comerciantes.
—¿Podríamos conseguir
que llegaran a nosotros o desplazarnos hasta ellos?
—No es algo habitual,
¿qué tienes pensado?
—La ciudad no crecerá
sin ayuda y quiero tener algunos de sus productos. Los griegos llevan mucho
tiempo viajando, quiero saberlo todo y aprovecharlo.
—¿Cómo?
—En principio quiero
construir en piedra, levantar hogares más duraderos, murallas más resistentes,
templos poderosos. Los griegos llevan construyendo así años, ¿no?
—Sí. Pero para eso
necesitarás riquezas.
—Debemos conocer qué
necesitan para intercambiarlo. Quiero convencer a sus constructores para que
vengan a la nueva ciudad, para que nos enseñen, quiero tener sus conocimientos,
que magistrados vengan a enseñarlos. Quiero comerciar con ellos. Si es
necesarios iremos hasta ellos y los convenceremos de que vengan después hasta
nosotros, que naveguen hasta más arriba, que quieran hacerlo.
—Son ideas extrañas.
—La ciudad será
distinta desde sus primeros hogares.
—¿Has pensado en quién
la gobernará?
—Remo y yo, sin
embargo, quiero tener a nuestro lado a hombres de confianza que nos ayuden en
las decisiones, una asamblea de hombres.
Espurio asintió, las
nuevas ideas de gobierno de Rómulo eran interesantes, pero no sería fácil
realizarlas, los lacios no solían vivir así y menos aún mezclarse con griegos y
forasteros. Pero si se conseguía y con el tiempo, la ciudad podría llegar a ser
poderosa.
—Existen rutas
antiguas de mercaderes y nómadas que negociaban con sal y con metales, pero no
había ningún lugar fijo y duradero en el tiempo para poder llamarlo puerto.
—¿Podríamos crear
alguno junto al mar?
—Habría un lugar en el
que se unen el río y el mar, quizás allí se podría hacer algo como lo que
piensas.
—¿Viven gentes allí?
—No, los de paso no
tienen hogares fijos y el resto se asientan en lugares más altos.
—Quiero que me lo
muestres y veremos qué se puede hacer.
[...]